Escuchar conversaciones a 5km de distancia, y sin tecnología: la ciencia detrás de este inusual efecto

A esas temperaturas, el frío rebota entre el suelo y la capa de aire cálido de la superficie alcanzando mucho más recorrido

Escuchar conversaciones a 5km de distancia, y sin tecnología: la ciencia detrás de este inusual efecto
Publicado en Ciencia

En el invierno de 1947, algo muy extraño sucedió en Yukón, una región situada al noroeste de Canadá. A nadie sorprende que haga frío en esa parte del planeta, pero esa fecha en concreto fue algo nunca visto. El 3 de febrero los termómetros alcanzaron los -62,2 grados, sí, has leído bien, más de 62 grados bajo cero. Expuesto a estas temperaturas el cuerpo humano no puede sobrevivir, y los meteorólogos que se ubicaban allí documentando el proceso no podían salir a la intemperie mucho más de unos minutos antes de congelarse de arriba abajo.

Sin embargo, los habitantes de Snag (un pequeño pueblo ubicado en Yukón) sí que se atrevieron a salir al exterior, y aunque están más que acostumbrados al frío, se llevaron una increíble sorpresa. Desde las calles del pueblo podían escucharse los ladridos de perros e incluso las conversaciones de la gente, cosa que sería habitual de no ser porque hablamos de sonidos cuyo origen estaba a más de 5km de distancia. Los habitantes de Snag eran capaces de escuchar perfectamente lo que sucedía en su pueblo vecino, pero ¿cómo es posible?

El sonido es una onda que se transmite por el aire, y cuando ese canal se altera, también lo hace el propio sonido. En unas temperaturas tan extremadamente bajas, el sonido tiene mucho más alcance, y dado que el aire es más cálido cerca del suelo, la onda utiliza esta vía para llegar mucho más lejos de lo que lo haría de forma normal. El rebote de la onda entre el suelo y la capa de aire cálido es la que le permitía a los habitantes de Snag escuchar las conversaciones de sus vecinos.

Con esas temperaturas extremas, el sonido viaja más lejos.

El fenómeno era realmente sorprendente dado que la visibilidad era prácticamente nula durante aquella inmisericorde ola de frío. Una espesa niebla helada inundaba el ambiente, y era imposible ver bien a tanta distancia. Era imposible ver al otro pueblo, pero podían escucharlo.

Otra curiosidad que se descubrió tras exponer el cuerpo a tales temperaturas es que el propio aliento estaba generando nubes alrededor de los habitantes. El aire, que salía caliente del cuerpo, se congelaba al instante, creando un rastro en en forma de nube que podría permanecer visible durante más de tres minutos. Gracias a esas pistas visuales y la gran efectividad que tendría un grito de socorro, nadie se perdió en aquella tormenta.

Lo sucedido en Snag demuestra que no hace falta irse a otro planeta para experimentar el frío más intenso, y la NASA bien lo sabe. De hecho, tiene equipos en estas localizaciones para entrenar tanto a sus astronautas como a su tecnología para las misiones de la NASA en el futuro. En esas condiciones, los móviles no cargan por el frío, y muchos componentes tecnológicos no funcionan como deberían. Superar esos obstáculos ha sido uno de los mayores retos en los últimos años, y una pieza clave de cara al objetivo de aterrizar finalmente en Marte.

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