Han pasado más de ochenta años, pero lo han conseguido: identifican a una víctima del bombardeo atómico de Hiroshima
La ciencia ha tardado casi ochenta años en ponerle nombre a una víctima de Hiroshima: Hatsue Kajiyama, una niña de 13 años a quien han identificado ahora gracias a un mechón de su pelo
Un hito científico sin precedentes en Japón ha permitido reabrir una de las heridas más profundas del siglo XX. Por primera vez, los expertos han logrado identificar a una víctima de la bomba atómica de Hiroshima utilizando exclusivamente material genético extraído de su cabello. Este logro, que culmina casi ochenta años de anonimato, supone un avance pionero en genética forense y arroja una luz de esperanza para resolver otros casos históricos que hasta ahora se consideraban imposibles. Este tipo de análisis genético es posible gracias a la comprensión de los componentes básicos de la vida, un campo donde la ciencia sigue buscando respuestas fundamentales como la clave química del origen del ARN.
De hecho, la proeza técnica ha sido llevada a cabo por la Universidad Dental de Kanagawa. Los investigadores consiguieron extraer un perfil de ADN viable de unos pocos mechones de pelo que sobrevivieron milagrosamente a la devastación de 1945. Hasta la fecha, este tipo de material biológico se consideraba demasiado frágil y degradado para ofrecer resultados concluyentes en restos tan antiguos, por lo que esta nueva técnica abre la puerta a nuevas identificaciones de víctimas de grandes catástrofes. Esta misma capacidad de análisis de material antiguo es la que ha permitido resolver otros enigmas históricos, como el verdadero origen de pandemias devastadoras que asolaron a la humanidad.
Una herida de casi ochenta años que por fin cicatriza
Asimismo, detrás de este avance se encuentra una tragedia personal con nombre y apellidos: Hatsue Kajiyama. La identidad de esta niña de 13 años, hasta ahora una de las innumerables víctimas anónimas del bombardeo, ha podido ser finalmente restituida, poniendo fin a décadas de incertidumbre para su familia. Tal y como informa el medio Interesting Engineering, el descubrimiento no solo devuelve la dignidad a un nombre borrado por la historia, sino que también sirve como un poderoso recordatorio de los dramas individuales que se esconden tras las cifras de la guerra. La ciencia forense no solo devuelve la identidad a víctimas recientes, sino que también reconstruye dramas del pasado profundo, llegando a desvelar detalles sobre las muertes de humanos de hace 29.000 años.
🇯🇵 80 yıllık sır DNA ile çözüldü! Hiroşima'da atom bombasından hayatını kaybeden 13 yaşındaki Hatsue Kajiyama'nın kimliği, saklanan saç tellerinden alınan DNA ile ilk kez teyit edildi. Bu tarihi başarı, Barış Anıtı Parkı'ndaki 70 bin isimsiz kurban için de umut oldu. 🕊️… pic.twitter.com/E7MBNmSiDr
— Fatih Doğan Medya (@fatihdoganmedya) December 16, 2025
Fue la insistencia de sus parientes la que impulsó esta investigación. Concretamente, su sobrino, Shuji Kajiyama, fue quien solicitó formalmente el análisis de los restos no identificados con la esperanza de encontrar a su tía. Su perseverancia demuestra el papel fundamental que juega la tenacidad de los familiares para que la ciencia pueda servir a la memoria histórica y ofrecer, aunque sea tarde, un consuelo necesario.
Por otro lado, la confirmación genética ha traído una paz inmensa a la hermana menor de Hatsue, una mujer que hoy tiene 91 años. Su ADN fue la pieza clave que permitió cerrar el círculo y confirmar la correspondencia. Para ella, que ha vivido prácticamente toda su existencia con el recuerdo imborrable de esa ausencia, la noticia supone el final de una larguísima espera y la oportunidad de rendir por fin tributo a su hermana en un lugar concreto.
No obstante, la historia de la joven víctima recupera también un instante trágico de la historia japonesa. El 6 de agosto de 1945, Hatsue se encontraba junto a otros 360 estudiantes realizando trabajos forzosos para el ejército. Su tarea era crear cortafuegos para mitigar los previsibles incendios de los bombardeos aliados. La explosión la sorprendió a tan solo un kilómetro del epicentro, aniquilando su vida y sellando un destino que ha tardado casi un siglo en ser plenamente conocido.