El océano Antártico se salva (por ahora) del desastre y todo se debe a que el hielo se está derritiendo
Esta gran masa de agua salada desafía a los modelos climáticos y continúa absorbiendo dióxido de carbono

A pesar de que los modelos ya advertían hace años que el cambio climático reduciría la capacidad del océano Antártico de absorber dióxido de carbono, parece que los datos reales recogidos en las últimas décadas cuentan una historia diferente. Esta extensión de agua salada que rodea la Antártida sigue actuando como un escudo que frena el calentamiento global. Y la clave, según un estudio publicado en la revista científica Nature Climate Change, estaría en una compuerta invisible que mantiene atrapado el carbono en las profundidades.
El océano Antártico como aspiradora de carbono
Tenemos constancia de que los océanos absorben una cuarta parte del dióxido de carbono que emitimos. De esa cantidad, el océano Antártico se encarga de almacenar alrededor del 40 por ciento. Este es un proceso vital para el equilibrio climático, ya que las corrientes hacen emerger aguas muy antiguas, cargadas del carbono que se ha acumulado durante siglos, liberando parte de ese gas, pero también capturando el dióxido de carbono procedente de la actividad humana. El problema es que si sube demasiado carbono desde las profundidades, la capacidad de absorber el nuestro se reduce.
En teoría, el fortalecimiento de los vientos del oeste, que se atribuye al cambio climático, debería estar acelerando ese ascenso de aguas profundas y debilitando el papel del océano Antártico como aspiradora. Sin embargo, las observaciones, según el comunicado publicado en EurekAlert, no muestran esa merma. Algo estaba actuando como freno.
La investigación ha sido liderada por la oceanógrafa Léa Olivier, perteneciente al Instituto Alfred Wegener, y ya parece tener una respuesta. Desde los años noventa, las aguas superficiales se han vuelto más dulces debido al deshielo y al aumento de precipitaciones. Esa reducción de salinidad provoca que existan más diferencias entre las aguas superiores y las inferiores, lo que provoca que sean más difíciles de mezclar. Por tanto, esa muralla líquida mantiene prisionero al carbono de las profundidades, evitando que llegue a la superficie.
Léa Olivier explica que el estudio "muestra que esta agua superficial más dulce ha compensado temporalmente el debilitamiento del sumidero de carbono en el Océano Antártico, como predijeron las simulaciones del modelo. Sin embargo, esta situación podría revertirse si la estratificación se debilitara". Por lo tanto aún existe un peligro que empieza a manifestarse de manera clara: la frontera entre aguas superficiales y profundas se ha desplazado unos 40 metros hacia arriba en las últimas décadas.
Ese ascenso acerca el carbono acumulado a la superficie y si la barrera natural cede, el océano Antártico podría liberar parte del dióxido de carbono almacenado durante siglos y perder su papel como aliado climático. Programas internacionales como Antarctica InSync tratarán de seguir el rastro de estos cambios en los próximos años, ya que el guardián silencioso del planeta podría estar en horas bajas, con lo que esto supone para nuestra lucha contra el calentamiento global.