Trabajan todo el día sin descanso y es por una buena razón: los vendedores de árboles no dejarán tu casa sin decorar
Cientos de vendedores de árboles llegan cada invierno a la ciudad de Nueva York, duermen en furgonetas o tráileres y trabajan día y noche para abastecer una de las tradiciones más populares de esta época del año
Antes de que Papá Noel llegue a las casas de niñas y niños de todo el mundo, otras personas son las encargadas de llevar uno de los adornos por excelencia de la Navidad a la ciudad que nunca duerme. No traen regalos, sino abetos. Cada invierno, cientos de vendedores de estos árboles se instalan en esquinas, parques y solares de la ciudad para luchar por un negocio exigente. Y, durante semanas, muchos de ellos viven en pobre condiciones, remolques sin agua corriente o en viejas furgonetas, con jornadas muy extensas.
Salvando la Navidad en Nueva York
Para acercarnos a este negocio, te presentamos a Kyle Dalton. Con tan solo 28 años, y trabajando como comercial en Canadá, cada diciembre se coge vacaciones sin sueldo para vender árboles en Brooklyn. Vive en un tráiler de apenas siete por seis metros, sin baño, y lo comparte con un amigo. Dentro tiene literas, un pequeño frigorífico, un calefactor y una cocina improvisada. Para ducharse, utiliza un gimnasio del barrio. Para dormir, bolsas de basura negras cubriendo las ventanas.
Como Kyle, según la información publicada en The New York Times, decenas de vendedores llegan cada año desde Vermont, Quebec, Oregón o Carolina del Norte. ¿Su objetivo? Vender miles de abetos con precios que pueden variar mucho. Hablamos que se pueden adquirir árboles desde unos 30 euros hasta los 1.500 euros para ejemplares de gran tamaño. Y no descansan apenas, ya que hay puestos que operan 24 horas.
Uno de los grandes motivos para meterse en el negocio de los abetos es el económico, ya que en una temporada se pueden generar ingresos entre los 5.000 y 10.000 euros. Eso sí, esta no es la única motivación. Para muchos, este ritual anual es también una forma de generar comunidad. Greg's Trees, por ejemplo, es una empresa con sede en Vermont que gestiona varios puestos en Brooklyn y Queens.
Sus trabajadores decoran los espacios con guirnaldas, figuras pintadas a mano y zonas para fotos familiares. Eric Kang, uno de los más veteranos, lleva más de una década repitiendo esta experiencia. Y aunque su casa está en Canadá, asegura que el barrio de Williamsburg se ha convertido en un segundo hogar.
En Manhattan, la escena se repite desde hace generaciones. Billy Romp, de 72 años, duerme desde mediados de noviembre hasta Nochebuena en una furgoneta de 1986. Ya lleva 36 años vendiendo árboles en el mismo cruce, consiguiendo la electricidad gracias a un restaurante cercano y las duchas gracias a la hospitalidad de antiguos clientes convertidos en amigos.
Y cuando todo acaba y termina la campaña de Navidad, los vendedores regresan a sus respectivas casas. Eligen alejarse del bullicio de la gran ciudad, pero, en el fondo, saben que el próximo invierno volverán. Y es que, para ellos, la Navidad también es sinónimo de noches frías, olor a pino y una ciudad que, durante unas semanas, se siente como su propio hogar.