El futuro de la IA de consumo pasa por algo más que el smartphone
La estabilización de las plataformas será clave para que surjan productos realmente transformadores
La explosión de la inteligencia artificial generativa ha transformado el panorama tecnológico en tiempo récord, pero tres años después de su irrupción masiva, el balance para el mercado de consumo es más prudente de lo que podría parecer. Aunque millones de usuarios han adoptado herramientas generalistas como ChatGPT, la realidad es que la mayoría de las startups de IA siguen encontrando su principal fuente de ingresos en la venta de soluciones a empresas, no a consumidores individuales. Esta brecha entre expectativas y resultados revela un momento de transición que recuerda a otras grandes revoluciones tecnológicas recientes.
La madurez pendiente de la IA de consumo
Según inversores especializados, muchas de las primeras aplicaciones de IA generativa orientadas al usuario final resultaron llamativas pero efímeras. Herramientas centradas en la generación de vídeo, audio o imágenes despertaron entusiasmo inicial, pero perdieron rápidamente su valor diferencial cuando los grandes modelos generalistas incorporaron esas mismas funciones o cuando alternativas de código abierto redujeron drásticamente las barreras de entrada. Este fenómeno no es nuevo: ya ocurrió con las primeras aplicaciones móviles que, como la linterna del iPhone, triunfaron brevemente antes de integrarse en el propio sistema operativo.
La clave, explican algunos expertos, está en que las plataformas de IA todavía no han alcanzado un nivel de estabilización suficiente. En el mundo móvil, hicieron falta varios años desde el lanzamiento del smartphone para que surgieran modelos de negocio verdaderamente transformadores como Uber o Airbnb. En aquel momento, el ecosistema tecnológico ya estaba lo bastante asentado como para permitir innovaciones profundas y sostenibles. La IA, sostienen, se encuentra ahora en una fase equivalente a la previa a ese gran salto.
Empiezan a aparecer señales de esa madurez incipiente. La convergencia tecnológica entre los principales modelos, como la paridad alcanzada entre Gemini y ChatGPT, sugiere que el mercado podría estar entrando en una etapa más estable. Sin embargo, desde la perspectiva del consumo, la situación sigue siendo incómoda, casi adolescente. Existen muchas ideas prometedoras, pero pocas han logrado consolidarse como productos imprescindibles para el día a día de los usuarios.
Uno de los grandes debates gira en torno al dispositivo. El smartphone, omnipresente pero limitado, podría no ser el vehículo definitivo para explotar todo el potencial de la IA. Aunque lo consultamos cientos de veces al día, solo capta una fracción mínima de nuestro contexto real. Para algunos inversores, este factor impide desarrollar experiencias verdaderamente “ambientales”, es decir, integradas de forma natural y continua en la vida del usuario. No es casualidad que tanto startups como grandes compañías tecnológicas estén explorando alternativas que van desde dispositivos sin pantalla hasta gafas inteligentes, anillos o colgantes con capacidades de IA.
No obstante, el futuro de la IA de consumo no dependerá exclusivamente de nuevos aparatos. También se vislumbran aplicaciones con un alto grado de personalización capaces de aportar valor real desde los dispositivos actuales. Ejemplos claros serían un asesor financiero personal basado en IA, ajustado a las circunstancias concretas de cada usuario, o un tutor educativo siempre activo, capaz de adaptarse al ritmo y necesidades de aprendizaje individuales. En estos casos, la IA deja de ser una curiosidad tecnológica para convertirse en un acompañante útil y constante.
Donde sí existe un mayor escepticismo es en el ámbito de las redes sociales impulsadas por IA. Algunas propuestas apuestan por entornos donde miles de bots interactúan con el contenido del usuario, pero esta idea plantea dudas fundamentales. La esencia de lo social reside en la conexión con otras personas reales, y sustituir esa interacción por agentes artificiales corre el riesgo de vaciarla de sentido. Convertir lo social en una experiencia casi individual podría acabar siendo más un experimento que un modelo viable a largo plazo.
En definitiva, la inteligencia artificial de consumo se encuentra en una etapa crucial. El entusiasmo inicial ha dado paso a una reflexión más profunda sobre qué productos tienen verdadero recorrido y cuáles eran simples demostraciones de poder tecnológico. A medida que las plataformas se estabilicen y surjan nuevas formas de interacción, es probable que veamos aparecer aplicaciones capaces de integrarse de manera natural en la vida cotidiana. Hasta entonces, el sector seguirá avanzando con cautela, consciente de que las grandes transformaciones rara vez llegan de inmediato, pero sí cuando la tecnología y las necesidades reales de los usuarios finalmente se alinean.