Japón exige a OpenAI dejar de usar obras de Studio Ghibli para entrenar su IA
El caso reabre el debate sobre los límites legales y éticos del aprendizaje automático.
La tensión entre la creatividad humana y la inteligencia artificial acaba de dar un paso más en el escenario internacional. La Content Overseas Distribution Association (CODA), una organización japonesa que representa a editoriales y estudios como Studio Ghibli, ha dirigido una carta a OpenAI exigiendo que detenga el uso de contenido con derechos de autor japonés en el entrenamiento de sus modelos. El reclamo, que llega tras meses de creciente inquietud en el sector cultural, denuncia que la empresa estadounidense ha utilizado obras protegidas sin permiso previo, algo que, según la legislación japonesa, podría constituir una violación directa del derecho de autor.
La batalla por la autoría en la era de la IA
El conflicto no surge de la nada. Desde el lanzamiento de los generadores de imágenes integrados en ChatGPT, miles de usuarios comenzaron a crear retratos y escenas en el estilo visual de Studio Ghibli, reinterpretando sus mascotas, fotografías o incluso autorretratos con la estética mágica y melancólica de películas como El viaje de Chihiro o Mi vecino Totoro. El fenómeno se popularizó tanto que incluso Sam Altman, CEO de OpenAI, llegó a usar una imagen “ghiblificada” como foto de perfil en redes sociales. Pero lo que comenzó como un gesto aparentemente inofensivo pronto se convirtió en un símbolo de un problema más profundo: la apropiación digital del estilo artístico sin el consentimiento de sus creadores.
La carta de CODA se produce justo cuando la empresa amplía el acceso a Sora, su aplicación para generar vídeos mediante inteligencia artificial. Según la organización japonesa, permitir que los usuarios produzcan animaciones con el estilo visual de obras registradas equivale a una forma de reproducción ilícita. En su comunicado, CODA señala que, bajo la ley japonesa, toda utilización de material con derechos de autor requiere autorización previa, y que no existe una vía legal que permita a las empresas “corregir” la infracción a posteriori, algo que en Estados Unidos sí se ha interpretado de forma más flexible.
Esta diferencia entre los marcos legales de ambos países pone de relieve una cuestión esencial: el vacío jurídico global sobre el entrenamiento de modelos de IA con material protegido. En Estados Unidos, la normativa de propiedad intelectual no se ha actualizado desde 1976, y los tribunales apenas comienzan a enfrentarse a casos de este tipo. En un fallo reciente, el juez federal William Alsup determinó que la empresa Anthropic no había infringido la ley al entrenar su modelo con libros sujetos a derechos de autor, aunque sí fue sancionada por haber obtenido copias sin licencia. Este tipo de precedentes, todavía ambiguos, dejan a OpenAI en un terreno legal incierto, especialmente cuando se trata de jurisdicciones más estrictas como la japonesa.
El debate plantea hasta qué punto las máquinas pueden aprender de la creación humana sin vulnerar la esencia de la autoría. Para los estudios japoneses, cuya identidad cultural se basa en un profundo respeto por el arte manual y la originalidad, el uso de sus obras para alimentar sistemas automáticos no es solo una cuestión económica, sino ética. En ese contexto, recordar las palabras de Hayao Miyazaki, el legendario cineasta detrás de Ghibli, resulta revelador. Cuando en 2016 se le mostró una animación generada por IA, su reacción fue tajante: “Estoy completamente disgustado. No puedo ver esto y encontrarlo interesante. Siento que es un insulto a la vida misma.”
Esta declaración, que entonces parecía una defensa romántica del arte tradicional, hoy cobra un nuevo significado. Refleja el conflicto entre la sensibilidad artística y la indiferencia algorítmica: una máquina puede reproducir la apariencia de un trazo, pero no el alma que lo inspira. Y, para una cultura como la japonesa, donde el acto creativo está vinculado al respeto y la espiritualidad, esa diferencia es crucial.
En última instancia, lo que está en juego no es solo la propiedad intelectual, sino el futuro de la convivencia entre el arte y la inteligencia artificial. Si OpenAI ignora las peticiones de CODA, las productoras y editoriales niponas podrían emprender acciones legales, abriendo un nuevo frente en el debate mundial sobre los límites del aprendizaje automático. Pero más allá de los tribunales, el asunto revela algo más profundo: una sociedad que aún no ha decidido si la inteligencia artificial debe ser una herramienta que amplíe la creatividad o un espejo que la devore.