OpenAI pagará a AMD con sus propias acciones en un experimento financiero sin precedentes
El acuerdo podría otorgar a OpenAI hasta 160 millones de acciones si se cumplen los objetivos bursátiles

El reciente anuncio de la alianza entre AMD y OpenAI ha sacudido los cimientos de la industria tecnológica. Lo que comenzó como un acuerdo estratégico para impulsar la producción de chips destinados a inteligencia artificial se ha convertido en un experimento financiero sin precedentes. OpenAI ha acordado ayudar a AMD a perfeccionar su línea de procesadores gráficos Instinct, competidores directos de los GPU de Nvidia, y a desplegar seis gigavatios de capacidad de cómputo en los próximos años. Pero lo que más ha llamado la atención no es la magnitud técnica del acuerdo, sino el método de pago: OpenAI no desembolsará dinero, sino que utilizará acciones de la propia AMD.
Un modelo financiero tan ingenioso como arriesgado
En lugar de pagar con ingresos propios, OpenAI recibirá hasta 160 millones de acciones de AMD mediante un sistema de stock warrants, que se activarán por fases según se alcancen determinados objetivos. Cada tramo está ligado a hitos específicos, entre ellos incrementos del precio de las acciones. El último de ellos solo se desbloqueará si AMD alcanza los 600 dólares por acción, lo que implicaría una capitalización bursátil cercana al billón de dólares. Antes del anuncio, las acciones cotizaban en torno a 165 dólares, pero tras conocerse la noticia subieron hasta 214, un salto que refleja el entusiasmo —y también la especulación— de los inversores.
El cálculo es asombroso. Si las acciones alcanzaran todos los objetivos y OpenAI conservara su participación hasta el final, su paquete podría valer unos 100.000 millones de dólares. Según el analista Timothy Arcuri, de UBS, esa sería la recompensa potencial, aunque el escenario más realista sería que OpenAI vendiera parte de las acciones progresivamente para financiar la compra de los chips que está ayudando a desarrollar. En otras palabras, AMD estaría financiando sus propias ventas, un movimiento de ingeniería financiera tan creativo como inusual.
A primera vista, el trato puede parecer desequilibrado. OpenAI consigue acceso prioritario a una enorme cantidad de hardware sin un desembolso inicial significativo, mientras que AMD asume el riesgo de diluir su capital y depender de la confianza del mercado. Pero, desde la perspectiva de AMD, el valor intangible del acuerdo puede compensar el riesgo. Que OpenAI utilice sus GPU para entrenar y ejecutar modelos de inteligencia artificial de última generación es, en sí mismo, una validación técnica de enorme peso. En un mercado dominado por Nvidia, contar con la “bendición” de OpenAI abre la puerta a nuevos clientes, especialmente a los proveedores de servicios en la nube que ya compran procesadores de AMD para sus centros de datos.
El movimiento se puede interpretar como una apuesta de legitimidad y supervivencia. AMD no podía quedarse al margen del auge de la inteligencia artificial, y el respaldo de OpenAI ofrece la oportunidad de capturar hasta un 30% del mercado de GPU para IA, según estimaciones de UBS. Incluso si el acuerdo es, como reconoce Arcuri, “menos atractivo” que los que Nvidia ha conseguido con OpenAI, supone un paso decisivo en la carrera por diversificar la oferta de chips para inteligencia artificial.
El contexto competitivo también importa. Nvidia anunció hace apenas un mes una inversión de 100.000 millones de dólares en OpenAI, reforzando su posición como proveedor principal y, además, obteniendo participación en el crecimiento de la empresa. En cambio, el acuerdo de AMD invierte los papeles: es OpenAI quien podría terminar con una participación sustancial en AMD. De esta forma, ambas compañías se encuentran unidas por un curioso intercambio de intereses: una necesita chips, la otra necesita validación.
Más allá de las cifras astronómicas, el acuerdo simboliza un cambio profundo en cómo las grandes tecnológicas financian su infraestructura de inteligencia artificial. Los límites entre cliente e inversor se desdibujan, y el mercado bursátil se convierte en un componente esencial de la estrategia industrial. Si el precio de las acciones de AMD se dispara, los verdaderos financiadores del acuerdo no serán ni OpenAI ni AMD, sino los inversores institucionales y minoristas que alimenten esa subida. Es una jugada donde la fe del mercado puede ser tan importante como la potencia de los chips.
En última instancia, este pacto refleja la lógica de una nueva economía de la inteligencia artificial: una carrera por el poder computacional donde la financiación creativa es tan crucial como la innovación técnica. Si la apuesta de AMD sale bien, habrá logrado no solo un contrato multimillonario, sino también la consolidación de su marca como alternativa real a Nvidia. Si no, el coste podría medirse no solo en acciones, sino en credibilidad. En cualquier caso, el acuerdo marca el inicio de una etapa donde el capital y la computación se entrelazan de una forma que redefine el futuro del sector tecnológico.