ChatGPT dejará de guardar los chats eliminados tras meses de disputa judicial
Una orden judicial obligó a OpenAI a guardar los registros de usuarios para una demanda sobre derechos de autor

OpenAI ha anunciado que dejará de conservar los registros de la mayoría de los chats eliminados y temporales de ChatGPT, una práctica que mantenía desde hace meses debido a una orden judicial derivada de una demanda interpuesta por The New York Times y otros medios de comunicación. La decisión marca el final de una batalla legal inusual, en la que los derechos de autor, la privacidad y el manejo de datos de los usuarios quedaron entrelazados en un mismo conflicto.
Cómo una demanda por derechos de autor acabó afectando a la privacidad de millones de usuarios
Todo comenzó cuando The New York Times, junto con otros grupos de medios, demandó a OpenAI por el uso de sus contenidos periodísticos en el entrenamiento de los modelos de lenguaje detrás de ChatGPT. En el curso del proceso, los demandantes alegaron que algunos usuarios podían estar utilizando el chatbot para eludir los muros de pago de los medios, generando resúmenes o reproducciones de artículos completos mediante prompts. Según el equipo legal del Times, esos intercambios de conversación (en su mayoría configurados como chats temporales o eliminados por los usuarios) eran piezas clave de la prueba.
El tribunal respondió ordenando a OpenAI que preservara de manera indefinida los registros de esos chats, lo que en la práctica obligaba a la empresa a guardar información que, según sus políticas internas, debía borrarse de forma rutinaria. OpenAI se opuso firmemente, argumentando que cumplir con esa medida suponía una violación directa del derecho a la privacidad de los usuarios y una alteración del funcionamiento estándar de ChatGPT, diseñado para que los mensajes temporales desaparezcan una vez cerrada la sesión.
Aun así, la compañía perdió la batalla inicial. Durante meses, los abogados de los medios pudieron acceder a registros parciales que solo incluían las salidas generadas por ChatGPT, sin conservar los textos originales introducidos por los usuarios. Paralelamente, varios usuarios intentaron intervenir en el caso para impedir el uso judicial de sus datos, pero todos esos intentos fueron rechazados: el tribunal los consideró “no partes” en el proceso, por lo que carecían de legitimidad para reclamar.
Este jueves, la magistrada Ona Wang, del Tribunal del Distrito Sur de Nueva York, aprobó una moción conjunta entre OpenAI y los medios demandantes para dar por terminada la orden de preservación. Esto significa que OpenAI podrá volver a eliminar los chats temporales y las conversaciones borradas, con una salvedad importante: algunos registros seguirán siendo monitorizados en determinados casos, como los asociados a investigaciones internas o usos potencialmente ilícitos del servicio.
Aunque la resolución no implica un cierre del litigio principal entre The New York Times y OpenAI, sí representa una victoria parcial para la empresa en materia de protección de datos. Según fuentes cercanas al caso, OpenAI habría presionado para alcanzar este acuerdo en cuanto logró convencer a los demandantes de que la información retenida no ofrecía valor probatorio real. La decisión llega, además, en un momento en que la compañía intenta reforzar la confianza pública en sus prácticas de privacidad, tras un año marcado por polémicas relacionadas con el uso de datos personales en el entrenamiento de sus modelos.
Este episodio pone de relieve una tensión creciente en la era de la inteligencia artificial: el choque entre la necesidad de transparencia legal y el derecho a la privacidad de los usuarios. En el caso de ChatGPT, donde cada conversación puede potencialmente revelar información sensible o privada, la frontera entre evidencia digital y confidencialidad se vuelve especialmente difusa. La batalla judicial de OpenAI podría sentar un precedente importante sobre cómo las empresas tecnológicas deben equilibrar esos intereses en futuros litigios.
De momento, los usuarios de ChatGPT podrán volver a borrar sus conversaciones con la certeza de que no quedarán guardadas en los servidores de OpenAI, al menos en la mayoría de los casos. Pero la controversia deja una lección clara: en un mundo donde cada interacción con una inteligencia artificial puede convertirse en un documento legal, la privacidad digital nunca volverá a ser un asunto trivial.