“Slop”, la palabra del año que resume el hartazgo frente a la IA de baja calidad
Cuando la inteligencia artificial deja de impresionar y empieza a cansar
La inteligencia artificial se ha integrado con rapidez en la vida digital cotidiana, pero su expansión no ha estado exenta de efectos secundarios. En 2025, uno de esos efectos ha alcanzado tal relevancia cultural que incluso los diccionarios han tomado nota. Merriam-Webster ha elegido “slop” como palabra del año, un término que se ha popularizado para describir la avalancha de contenido digital de baja calidad generado por IA que inunda redes sociales, buscadores y páginas web. El reconocimiento no es casual: refleja una sensación compartida de saturación, cansancio y, en muchos casos, burla frente a una tecnología que prometía excelencia creativa y que a menudo entrega resultados mediocres.
De la innovación al ruido digital
El concepto de “slop” aplicado a la inteligencia artificial no surge de la nada. Aunque la palabra existe en inglés desde el siglo XVIII y siempre ha estado asociada a algo desagradable, inútil o de poco valor, su resignificación digital conecta directamente con la experiencia actual de millones de usuarios. Merriam-Webster define ahora el término como contenido digital de baja calidad producido, generalmente en grandes cantidades, mediante inteligencia artificial. No se trata solo de errores evidentes o falsedades, sino de textos, imágenes, vídeos o incluso libros que cumplen formalmente su función, pero carecen de intención, criterio o valor real.
El proceso de selección de la palabra del año se basa en el aumento de búsquedas y uso del término, lo que revela una creciente conciencia social. Los usuarios no solo detectan este tipo de contenido, sino que empiezan a nombrarlo y a rechazarlo activamente, como es el caso de por ejemplo, el creador de Duolingo. En ese sentido, “slop” funciona como una etiqueta cultural que permite identificar un problema compartido: la sensación de que internet se está llenando de ruido automatizado difícil de filtrar.
Este fenómeno no es aislado. En los últimos años, distintos diccionarios han señalado palabras relacionadas con la IA y sus efectos. Cambridge eligió “hallucinate” en 2023 para describir la tendencia de los modelos a generar información falsa pero verosímil, mientras que Oxford destacó términos como “rage bait”, centrados en dinámicas de atención tóxicas. Todas estas elecciones apuntan a una misma realidad: la tecnología no solo cambia cómo hacemos las cosas, sino también cómo hablamos de ellas.
Uno de los paralelismos más interesantes es la comparación entre “slop” y “spam”. El investigador independiente Simon Willison documentó cómo el término empezó a circular en comunidades online de forma orgánica, del mismo modo que “spam” acabó definiendo el correo electrónico no deseado. La similitud no es menor. Ambos conceptos surgen cuando una tecnología útil se utiliza de forma masiva y poco ética, priorizando la cantidad sobre la relevancia y forzando la atención de usuarios que no han pedido ese contenido.
El tono del término también resulta significativo. Frente al discurso grandilocuente que rodea a la IA, ya sea desde el entusiasmo desmedido o desde el alarmismo apocalíptico, “slop” introduce una mirada irónica y crítica. No hay miedo en la palabra, sino desprecio y cansancio. Es una forma de decir que, pese a toda la retórica sobre la superinteligencia, muchas veces la IA no sustituye la creatividad humana, sino que la imita de manera torpe.
Ahora bien, no todo el contenido generado por IA merece esa etiqueta. Aquí aparece un matiz clave. Como han señalado distintas voces del sector, la diferencia suele estar en la intención y en el uso. Cuando la IA se emplea para producir algo mediocre con menos esfuerzo del que requeriría hacerlo bien, el resultado tiende al “slop”. En cambio, cuando se utiliza como una herramienta para mejorar, ampliar o apoyar el trabajo humano, puede convertirse en una auténtica augmentación positiva. No es la tecnología en sí el problema, sino su uso indiscriminado y perezoso.
El deslumbramiento inicial ante la IA generativa empieza a dar paso a una etapa más crítica y exigente. Los usuarios aprenden a distinguir, a desconfiar y a poner nombre a lo que no aporta valor. Que un diccionario recoja ese cambio no es anecdótico: es la señal de que el debate sobre la inteligencia artificial ha dejado de ser solo técnico y se ha convertido, definitivamente, en cultural.